En 1791 se abrió un proceso criminal contra Manuel Megía Palanco, presbítero y comisario del Santo Oficio en Estremera (Madrid), debido, entre otros excesos, a un continuo uso de la venera del Tribunal de la Inquisición. La carta aquí transcrita fue aportada a la causa por el propio destinatario, el inquisidor general Agustín Rubín de Ceballos, para justificar su orden de buscar al religioso y comenzar las averiguaciones acerca de su ausencia injustificada de dicha villa. Manuel Megía Palanco fue acusado, además, de dejar entrar en su casa a mujeres, lo que había ocasionado un gran escándalo. Por todo ello, el reo fue finalmente advertido por el Santo Oficio.